miércoles, 6 de enero de 2010

LA HABANA DIFUNTA, UNA VISION.

Una opinión en pocas palabras sobre La Habana anterior a los años sesenta, muy diferente a la de aquellos cronistas y novelistas que recrean una ciudad fabulosa en cuanto al ocio y la vida nocturna, ofrece Leonardo Acosta en el artículo Un mano a mano con Félix B. Caignet publicado en la Gaceta de Cuba (no. 5, 2009):

“En cuanto a esa Habana tan mitificada adonde acudían los ‘famosos' de entonces, ciudad que a semejanza de Nueva York ‘nunca dormía’, con cien nigth clubs y puras estrellas en cada uno, con una música en plena Edad de Oro, a la par de sus espectáculos nocturnos, confieso que la viví y puedo certificar que en gran parte se trata de una leyenda bien maquillada y magnificada para consumo de los turistas de antes y de ahora. Los ‘misterios de La Habana’, sazonados a lo chef Eugenio Sue, con sus antros de vicio, pecados inconfesables y mafias siniestras al acecho, son más de utilería que otra cosa, para olvidar la otra cara de nuestra capital: una ciudad algo polvorienta, calurosa a pesar de los alisios y los nortes y, sobre todo, aburridísima…; y ésa era la cara habitual”.

En el artículo citado, el ensayista, poeta, musicólogo y saxofonista Leonardo Acosta (1933) brinda sus opiniones sobre el libro de Reynaldo González El más humano de los autores, obra a la que califica de ensayo, biografía del escritor radial y compositor Félix B. Caignet, investigación histórica y sociológica sobre la Cuba de los años 1936-1966 y provocativo mural costumbrista.

Arriba derecha: Esquina de Prado y Neptuno, a un costado del Parque Central. El anuncio de la bañista de la trusa Jantzen fue uno de los lumínicos símbolos de La Habana de los años cuarenta y cincuenta. Ha sido nombrado en diversos textos literarios, entre ellos La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante.

1 comentario:

  1. Pedro F. Bàez me enviò su opiniòn sobre la afirmaciòn de Leonardo Acosta de que La Habana era aburrida: " Nací en el '60, así que no puedo opinar objetivamente de si La Habana antes del '59 era aburrida o no. Sí puedo afirmar, sin embargo, y con completa fe en mi memoria y los recuerdos que me atan a ella, que La Habana en la que crecí y disfruté mi infancia, adolescencia y juventud hasta 1980 (año en que me fui) era mucho más bella, glamuosa, amigable, conservada, elegante y limpia, y sobre todo, más cosmopolita y diversa en sus ofertas culturales, sociales y recreativas comparada con La Habana actual a la que he regresado periódicamente... y no me estoy refiriendo a La Habana del Tropicana, el Parisién o el Capri, sino a La Habana de los museos, de La Rampa limpia y esplendente que en su modernidad de entonces moría en El Malecón con su mar de juventud de todas las tendencias escogiéndola como punto de reunión y partida hacia otros destinos de la capital. Polvo, quizá, en La Habana vieja y los barrios alejados del área metropolitana. Intentar desmitificar la leyenda de una ciudad es un error. La Habana es tan aburrida y polvorienta en su esencia tanto como París o Londres si se les quitara precisamente a estas ciudades los íconos culturales, comerciales e históricos que hicieron nacer y desde entonces contribuyen a sus mitos respectivos como ciudades-meca. La Habana, como mito promisorio y avefénix de augurios sin rival en la América hispana, es La Habana que tanto cubanos como viajeros y turistas buscan y quieren conservar en la memoria. Nadie se interesaría en París sin Nôtre Dame, la Tour d'Eiffel, Montmartre, Le Moulin Rouge o el Louvre.

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