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martes, 16 de junio de 2009

EN UN BESO, LA VIDA


La palabra victrola quedó anclada para siempre a un tipo de música: el bolero. El investigador Leonardo Acosta se refiere a esta modalidad en un texto titulado El bolero y el Kitsch:

“Lo que llamamos bolero de victrola era lo que se escuchaba en bodegas, bodegones, bares de mala muerte y, desde luego, en los burdeles, donde hombres marginados o no y las propias ‘camareras del amor’ se veían reflejadas en las incidencias de un buen bolerón, que se paladeaba igual que – y a veces junto a – una cerveza. El machismo y la guapería, integrantes de lo que puede dominarse cómo ‘complejo del machihembrismo’, fueron producto de una sociedad injusta, y la música que los reflejó no debe ruborizarnos, porque es también parte de nuestro patrimonio cultural, y con aquellos temas y lenguajes se hicieron excelentes boleros y canciones que ha menudo han trascendido todas las fronteras (nacionales, clasistas y regionales) para convertirse en clásicos en el nivel mundial”.

Mientras que las victrolas clásicas terminaron oxidadas y destruidas por el tiempo o la indolencia, muchos de los boleros que estas máquinas amplificaron han llegado hasta nuestros días. Recuerdo de niño las victrolas poderosas, plateadas, en los cafés de los pueblos de la Carretera Central, observadas en los viajes de La Habana a Madruga, donde nací.

Han cambiado las estéticas, los estilos de vida, las modas, los giros del lenguaje y los artefactos, incluso los virus mutaron. No estoy seguro de que haya cambiado mucho la psicología que proclamó desde el corazón de una victrola…En un beso, la vida….

Acosta, Leonardo. El bolero y el Kitsch, en Revista Letras Cubanas, No. 9, La Habana, 1988.

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martes, 20 de enero de 2009

EN UN BESO, LA VIDA


La palabra victrola quedó anclada para siempre a un tipo de música: el bolero. El investigador Leonardo Acosta se refiere a esta modalidad en un texto titulado El bolero y el Kitsch:

“Lo que llamamos bolero de victrola era lo que se escuchaba en bodegas, bodegones, bares de mala muerte y, desde luego, en los burdeles, donde hombres marginados o no y las propias ‘camareras del amor’ se veían reflejadas en las incidencias de un buen bolerón, que se paladeaba igual que – y a veces junto a – una cerveza. El machismo y la guapería, integrantes de lo que puede dominarse cómo ‘complejo del machihembrismo’, fueron producto de una sociedad injusta, y la música que los reflejó no debe ruborizarnos, porque es también parte de nuestro patrimonio cultural, y con aquellos temas y lenguajes se hicieron excelentes boleros y canciones que ha menudo han trascendido todas las fronteras (nacionales, clasistas y regionales) para convertirse en clásicos en el nivel mundial”.

Mientras que las victrolas clásicas terminaron oxidadas y destruidas por el tiempo o la indolencia, muchos de los boleros que estas máquinas amplificaron han llegado hasta nuestros días. Recuerdo de niño las victrolas poderosas, plateadas, de los cafés principales de algunos pueblos de la Carretera Central observadas en los viajes de La Habana a Madruga, el municipio donde nací.

Han cambiado las estéticas, los estilos de vida, las modas, los giros del lenguaje y los artefactos, incluso los virus mutaron. No estoy seguro de que haya cambiado mucho la psicología que proclamó desde el corazón de una victrola…En un beso, la vida….


Acosta, Leonardo. El bolero y el Kitsch, en Revista Letras Cubanas, No. 9, La Habana, 1988.

domingo, 18 de enero de 2009



Hay música en tu voz.
Por: Lázaro Sarmiento

Hoy me sumergí en una sociológica tanda de boleros de victrola cuando un disco de Dinah Washington cedió su lugar a una selección que incluía a Benny Moré, Antonio Machín, Lino Borges y Daniel Santos. Y aunque los escenarios en que esas canciones se cantaron por primera vez se extinguieron ya, o se transformaron, los “boleros de victrola” siguen gravitando en nosotros con un resplandor del que quizás nunca escaparemos.

Percibo una suave emoción, una nostalgia prestada que casi roza la inquietud erótica, al escuchar a los ídolos de victrola. Son la banda sonora de episodios de una vida que no es la nuestra pero que de alguna manera imaginamos lo fue, o podría serla.

Códigos hilvanados por letristas y orquestadores para expresar verdades destiladas en bares y cantinas, susurradas al oído en playas o burdeles, ahogadas en alcohol y lágrimas, probadas en la calles y sublimadas en un beso, la vida. (un párrafo casi de bolero)

Escuchar boleros de victrola en una tarde de domingo, lejos de la internet y los blogs, de los mensajes de los amigos y la cotidianidad perversa, proporciona la experiencia de vestirnos durante un rato de almas ajenas; actuar como un travestí de metáforas.

Pero ya es hora de regresar a la lectura de Henry Miller abandonada hace unas horas en favor de las súplicas bolerísticas:

“Precisamente esa copulación como de culebras en la obscuridad, ese acoplamiento de articulaciones dobles y de dos cañones era lo que me ponía en la camisa de fuerza de la duda, los celos, el miedo, la soledad.” (En Trópico de Capricornio refiriéndose a Georgiana)
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